Sobre el amor revolucionario

Terminé hace poco un texto sobre la noción de amor revolucionario para una publicación colectiva. Se trata de un concepto de la feminista chicana Chela Sandoval, aunque mi escrito comienza en el uso que Houria Bouteldja, portavoz del Parti des indigènes de la République, viene haciendo de él para representar una opción y filosofía políticas.

Reproduzco a continuación la introducción, sin notas, esperando luego poder dar la noticia de la publicación y compartir el texto completo.

El trayecto de búsqueda que comporta este capítulo comienza con el libro de Houria Bouteldja Los blancos, los judíos y nosotros, un texto desafiante en el que la portavoz de un partido político de extrema izquierda se planta en el corazón de un país donde el libro es religión y espeta: ¡Escucha, blanco! ¡Escucha, judío! ¡Somos nosotras, las mujeres indígenas! ¡Somos nosotros, los indígenas de la República Francesa!

Escuché a Bouteldja por primera vez en el encuentro preliminar de la red Decolonialidad Europa realizado en Madrid en 2012. Intervino con una charla dividida en partes que otra de las participantes se apuraba a traducir, aunque antes de la interpretación las maneras de Bouteldja ya comunicaban, y aunque las palabras traducidas decían que no sabía qué significaba descolonizar Europa, la vehemencia de los gestos afirmaba algo más. En mis notas escribí «ruptura», «liberación», y en el margen de las preguntas, a «¿qué significa “ser descolonial”?» una frase subrayada: «un estado de ánimo de emancipación». La escuché nuevamente en un congreso algunos meses después. Su argumento había tomado prestada la noción de «amor revolucionario» de la obra de la académica y militante estadounidense Chela Sandoval y la utilizaba para responder a la interrogante de la reunión: ¿cómo puede el Norte aprender con el Sur? La propuesta de Bouteldja era que la función subversiva y transformadora del diálogo político comprendía un singular «acto de amor»: observar las propias ventajas, renunciar a los privilegios heredados y decidir abrazar las luchas de quienes padecen las injusticias derivadas de esta sucesión.

El discurso, tanto como aquella primera charla y el libro después, podía ser sugestivo pero era sobre todo incómodo: tenía la peculiaridad de colocarte en un dilema entre la simpatía por las personas oprimidas, los «condenados de la tierra», en la expresión de Franz Fanon, y la conciencia de ser, en comparación, un privilegiado. En la encrucijada entre el Norte y el Sur Bouteldja había comenzado su intervención refiriéndose a esta contradicción, sabiéndose «blanca» en relación con el Sur y «no blanca» en relación «con el cuerpo legítimo de la nación francesa» (un cuerpo blanco, europeo y cristiano), reconociéndose cómplice del imperialismo por un lado, y víctima del racismo por el otro.

La disyuntiva no se resuelve invirtiendo los polos, sino tomando una posición independiente de la propia condición que es, por ello, política, y eligiendo una filiación filosófica que es, asimismo, una forma de amor revolucionario.

Lo que me propongo a continuación es hacer una lectura de la metodología de Chela Sandoval en la que el amor revolucionario encarna un modo de conciencia diferencial. Se trata de una noción orbicular –podría decirse– que recorre analíticamente desde su identificación en la práctica de los movimientos sociales hasta la conceptualización de un modo de la conciencia, pasando por la distinción de las habilidades intermedias que conectan la una con la otra en un flujo recurrente empeñado en la emancipación.

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