Santos, Boaventura de Sousa (2016). La difícil democracia. Una mirada desde la periferia europea. Madrid: Akal. 348 pp.
Publicada en Oxímora. Revista Internacional de Ética y Política, 10 (2017), 204-209.
Esta primavera se cumplen seis años de las concentraciones en la Puerta del Sol y otras plazas de España que unieron a una sociedad indignada por la gestión de la crisis y el bipartidismo de facto en torno a voces como “democracia real ¡ya!”. Estos gritos anunciaban, al igual que las revueltas en Oriente Medio y el Norte de África, una revolución democrática ciudadana. Al día de hoy, algunos de estos movimientos han sido neutralizados; muchos otros se han transformado y -obviando una historia muy bien conocida- han encontrado un cauce virtuoso que ha llevado a los herederos del 15-M a la representación en el gobierno. La marea provocada por estas fuerzas sociales continúa poniendo en entredicho los procedimientos de los sistemas políticos de la democracia liberal, por ejemplo, cuestionando el régimen del ’78 y poniendo sobre la mesa legislativa la necesidad de un nuevo constituyente que, entre otras cosas, pueda examinar el modelo territorial, el derecho a decidir y el carácter plurinacional del Estado.
Si la democracia, a pesar del desgaste, sigue siendo un tema fundamental de nuestras sociedades, ¿qué es lo que la hace difícil? Para responder con la obra de Boaventura de Sousa Santos, deberíamos decir que su principal dificultad radica en la reducción de la diversidad democrática del mundo a su variante liberal. El consenso que al final del período entre guerras se convirtió en hegemónico, implicó la restricción de las formas de soberanía y participación a un mero procedimiento. En el Post Scriptum de la obra que aquí comentamos, Santos coloca esta limitación en el corazón de la tensión que tiene a la sociedad vacilando entre el miedo y la esperanza, o entre “la incertidumbre de los resultados y la certeza del proceso” (pág. 334). Esta especie de dialéctica hizo que, por mucho tiempo, la convivencia democrática fuera posible; no obstante, la paulatina discrepancia entre la teoría y la práctica, y la progresiva rendición del procedimiento democrático a las reglas del capitalismo, abrió una brecha entre los ciudadanos comunes y las clases y grupos dominantes que mermó la sensación de alternativa y terminó por eliminar, incluso, la certeza de los procesos. Recordemos, en este sentido, que el primado del sistema liberal representativo no es la única característica de la democracia, sino que la volatilidad del procedimiento se levanta sobre la premisa de un Estado suficientemente débil y, en definitiva, la crisis del Contrato social, la llamada “metáfora fundadora” de la racionalidad sociopolítica de la modernidad occidental[1].
En este panorama, el pulso entre la democracia representativa y el capitalismo lo acaba ganando este último, consiguiendo que la crisis fortalezca a su provocador y que la solución se base en las previsiones y no en las consecuencias; en este sentido, “[l]a democracia se ha vuelto el rostro visible de la tiranía”, afirma Santos (pág. 225), y es por eso también que “el capitalismo necesita adversarios creíbles que actúen como correctivos de su tendencia a la irracionalidad y la autodestrucción” (pág. 12).
La difícil democracia. Una mirada desde la periferia europea, aborda la gestión de la crisis financiera portuguesa de 2008 articulada en el estudio de Boaventura de Sousa Santos por la intervención europea de 2011. El análisis remite al autor a la transición de los años setenta, no solo para entender mejor la crisis actual, sino para establecer, además, una conexión con las transformaciones políticas pasadas del Sur de Europa, particularmente Grecia y, sobre todo, España, debido no solo a su cercanía sino a la semejanza entre sus pasados coloniales y dictatoriales también. No es esta, sin embargo, una obra doméstica, ya que tiene un alcance que va más allá del interés de Santos por el tema portugués, materia conocida por los lectores hispanohablantes gracias a la edición colombiana de Pela mão de Alice[2] y la amplia participación del sociólogo en la investigación y documentación de la revolución después de la caída de la dictadura de Salazar-Caetano en 1974. No es, tampoco, una obra orgánica, dada la diversidad del origen de cada una de las partes que la componen, pero el esfuerzo por vincularlas consigue que la obra se presente, particularmente al público hispanohablante, como una reflexión de ánimo cosmopolita para identificar y vincular las experiencias periféricas.
El libro consta de trece capítulos divididos en cuatro partes. Las dos primeras abordan directamente el tema portugués, conectando paulatinamente con el marco europeo e internacional. La primera parte (capítulos 1 a 3) está dedicada a la transición, desde la revolución de 1974 a las transformaciones políticas de las décadas siguientes. La segunda parte (capítulos 4 a 9) abordan la crisis reciente, a partir de la reflexión que Santos hace de la intervención de la Troika en Portugal -el triunvirato formado por las medidas del Fondo Monetario Internacional, el Banco Central Europeo y la Comisión Europea-. La tercera parte (capítulos 10 y 11) reproduce sendas entrevistas en las que el autor aborda el tema de la democracia y el populismo, y la cuarta (capítulos 12 y 13) es un llamado a las izquierdas que recupera, primero, un artículo dedicado a Cuba en 2009 y las catorce cartas a las izquierdas que, como contribuciones más bien políticas han sido recogidas de las secciones de opinión de diversos diarios europeos y latinoamericanos.
Portugal, dice el autor, es “un laboratorio fascinante”, sobre todo, por su confusión de temporalidades distintas, desde las revoluciones democráticas, la expansión europea, los movimientos sociales y los años de Estado de bienestar. A partir de este lugar, puerto de Europa hacia el Atlántico, se desprenden en la obra de Boaventura algunas ideas que destaco a continuación. La primera de ellas es, precisamente, la de semiperiferia, con la que califica la posición lusa en la intersección entre de lo hiperlocal y lo transnacional, destacando su regionalización y la caracterización de estas sociedades en intermedias (según su grado de desarrollo) e intermediarias (de acuerdo con su función en el sistema mundial). Del análisis de Portugal destacaría también la progresiva transformación estatal, desde la revolución hasta el estado heterogéneo, y su convergencia con el sistema capitalista de acumulación. En este análisis, Santos distingue un Estado dual en el que, de acuerdo con Lenin, al final de la revolución se forma un nuevo gobierno, débil y embrionario, que convive con el gobierno provisional. Una vez promulgada la Constitución, la dualidad da paso a la incongruencia de un Estado que “preocupado por la construcción de una democracia capitalista moderna” pretende levantarse sobre “una sociedad socialista sin clases” (pág. 53). Esta discrepancia favorece la aparición de un Estado paralelo que gesta, sobre su contrariedad, la del Estado heterogéneo posterior: un Estado de bienestar débil en una sociedad de bienestar pretendidamente fuerte.
Otra idea, recurrente en la obra de Santos, es la de crisis y transición de paradigmas. En La difícil democracia esta aparece en el período entre mayo del ’68 y la caída del muro de Berlín en el ’89, como una marca del final de la segunda modernidad europea “y el inicio de una larga transición paradigmática hacia una tercera modernidad, hacia una transmodernidad o hacia una posmodernidad, el nombre poco interesa aquí” (pág. 125).
Por otro lado, la forma en que -al final de la segunda parte- el autor analiza la salida de la crisis portuguesa, me parece reseñable y con un ánimo que puede ser llevado a Europa y el resto del mundo. La propuesta tiene dos dimensiones: “la primera pone cara a cara el capitalismo y la democracia” (pág. 154) y la segunda reitera una relación sobre la que las últimas aportaciones de Boaventura insisten.
La segunda dimensión de las transformaciones de los últimos treinta años trata del surgimiento político de dos formas de dominación antes ocultas o minimizadas: el colonialismo y el patriarcado, y las desigualdades que generan a través de la discriminación racial y de la discriminación sexual, respectivamente (pág. 155).
El estudio de las formas de dominación y de la generación de la desigualdad y la diferencia constituyen, en el trabajo de Santos, una constante, pero -me aventuro a afirmar- la coincidencia con otras elaboraciones críticas y el progreso de algunas otras, como el feminismo o la llamada perspectiva decolonial, ha dado un relieve especial a nociones como colonialismo y patriarcado que hacen que destaquen -también- en la obra de Boaventura. No quiero decir con esto que antes no existieran estas nociones, ni que el desarrollo de algunas de ellas se deba a otras, pero lo cierto es que conceptos como estos habían sido obviados en las vidas de las personas, impidiendo la inteligibilidad que hoy dan a las experiencias concretas. Una vez vencida la barrera hermenéutica, el término otorga una herramienta de elaboración. En este sentido, la obra de Boaventura, ya a finales de la década de los setenta, reparó en el colonialismo portugués y los procesos postcoloniales, pero hoy, en parte debido a la importancia de la temática, vemos con otros ojos sus investigaciones y la superación del colonialismo político. De hecho, afirma, el colonialismo continuó, luego de terminado el colonialismo político, bajo otras formas “y la más virulenta es hoy seguramente el racismo, particularmente el racismo practicado por individuos e instituciones que se declaran antirracistas” (pág. 155).
La insistencia contemporánea de la obra de Boaventura nos presenta -y en La difícil democracia aparece en más de una ocasión- una especie de programa: desmercantilizar (o desfinanciarizar), democratizar y descolonizar; des-pensar la naturalización del capitalismo, des-pensar la naturalización de la democracia liberal y des-pensar la naturalización del racismo (págs. 242-243).
Desmercantilizar, democratizar y descolonizar significan, en última instancia, refundar el concepto de justicia social incluyendo en la igualdad y en la libertad el reconocimiento de las diferencias -sin caer en el relativismo ni en el universalismo como punto de partida-, la justicia cognitiva -la ecología de saberes- y la justicia histórica -la lucha contra el colonialismo exterior y el colonialismo interno- (pág. 243).
Si bien podemos desandar el camino de estos trayectos décadas atrás en la obra de Boaventura de Sousa Santos, la coincidencia con otros intentos críticos, sobre todo latinoamericanos, ha hecho destacar no solo la presencia del patriarcado entre las formas de poder y dominación de la post-modernidad, sino la importancia de la descolonización. Para Santos, este camino debe ser práctico (de ahí que no asuma la decolonialidad como noción articuladora); acaso por eso es atinada la propuesta a partir de la experiencia de Portugal -para ir, después, más allá de Europa-.
Portugal es un europeo errante; un ciclo colonial multisecular y multicolonial nos puso en contacto con una multiplicidad de pueblos y de culturas cuyos destinos influenciamos y nos influenciaron. Influencias desigualmente recíprocas que continuaron después de que el ciclo colonial llegase a su fin, y que permanecen hasta hoy. Como es propio del colonialismo, los contactos fueron siempre desiguales y muchas veces violentos, pero dieron origen a experiencias comunes, culturas híbridas, identidades mestizas, que adquirieron contenidos complejos que no pueden ser reducidos a la desigualdad y a la violencia que las originó (p. 165).
Otra de las ideas que nos recuerdan trabajos anteriores del autor es la noción de fascismo social. El concepto, tal como lo ha utilizado Boaventura de Sousa Santos en su crítica del Estado moderno, tiene un sentido quasi metafórico. No se refiere al fascismo ideológico, ni pretende desmerecer, desde luego, la memoria histórica de sus víctimas, sino señalar la tendencia absolutista de la racionalidad liberal. En este sentido -recuerda Santos- el fascismo social:
se refiere a relaciones sociales de poder extremadamente desiguales que, en el contexto social y político en el que se producen, la parte -individuos o grupos- más poderosa ejerce un poder de veto sobre aspectos esenciales de la vida de la parte menos poderosa (pág. 228).
De alguna manera, esta noción nos devuelve a la crítica de la democracia, en demasía representativa -e insuficiente-, y a dos de sus sitios principales. En primer lugar, el lugar poco privilegiado de la democracia representativa, que “tiende a ser sociológicamente una isla de democracia que flota en medio de un archipiélago de despotismos” (p. 228) y, en segundo, el camino, tan poco afortunado, que ha recorrido desde “la otra cara de la dominación capitalista” hasta su capitulación. No se trata de sustituir la democracia representativa por la participativa, o la comunitaria, sino de construir una alternativa genuina “fundada en la articulación de todos los tipos de democracia disponibles”, lo que Santos designa como democracia radical, democracia de alta intensidad o democracia revolucionaria.
En el mismo tenor, el ejemplo obligado siguen siendo los procesos que, en Bolivia y Ecuador, protagonizaron las asambleas Constituyentes y la puesta en práctica de una alternativa democrática. En estos casos, no solamente podemos encontrar una mayor intensidad democrática, sino entender su transformación como parte primordial de la renovación de la izquierda política. Los principales rasgos de esta renovación podrían ser:
la democracia participativa articulada con la democracia representativa, una articulación de la cual ambas salían fortalecidas; el intenso pro-tagonismo de movimientos sociales, de lo que el Foro Social Mundial de 2001 fue una muestra elocuente; una nueva relación entre partidos políticos y movimientos sociales; la sobresaliente entrada en la vida política de grupos sociales hasta entonces considerados residuales, como los campesinos sin tierra, pueblos indígenas y pueblos afrodescendientes; la celebración de la diversidad cultural, el reconocimiento del carácter plurinacional de los países y el propósito de hacer frente a las insidiosas herencias coloniales siempre presentes (pág. 315).
Poca diferencia puede encontrarse, en realidad, entre la misión de la izquierda, la intensificación de la democracia, el socialismo (como democracia sin fin) y la lucha contra la dominación colonialista. El programa -si es que así se le puede llamar- de la desmercantilización, democratización y descolonización, tendría en la izquierda su principal motor.
Izquierda significa el conjunto de teorías y prácticas transformadoras que, a lo largo de los últimos ciento cincuenta años, resistieron a la expansión del capitalismo y al tipo de relaciones económicas, sociales, políticas y culturales que genera, que se hicieron con la convicción de la posibilidad de un futuro poscapitalista, de una sociedad alternativa, más justa, por estar orientada a la satisfacción de las necesidades reales de los pueblos, y más libre, por estar centrada en la realización de las condiciones del efectivo ejercicio de la libertad (pág. 272).
La misión de la izquierda y de los movimientos que, en general, podríamos adscribirle, guarda una importancia que en, nuestros días, disimula muy bien la extrema derecha y los conservadurismos del miedo. En mi opinión, la obra -y el activismo- de Boaventura de Sousa Santos es un elemento que aporta a la izquierda y al pensamiento sobre las izquierdas un análisis y una voz socialmente transformadora y humanística; abierta al diálogo desde una posición franca, y comunicada con oficio.
Para terminar:
La lucha de quienes ven en la derrota de la democracia liberal la emergencia de un mundo repugnantemente injusto y descontroladamente violento debe centrarse en buscar una concepción de la democracia más robusta, cuya marca genética sea el anticapitalismo (pág. 307).[3]
[1] Cf. SANTOS, Boaventura de Sousa. (2005). El milenio huérfano. Ensayos para una nueva cultura política. Madrid: Trotta.
[2] SANTOS, Boaventura de Sousa. (1998). De la mano de Alicia. Lo social y lo político en la postmodernidad. Bogotá: Siglo del Hombre Editores, Ediciones Uniandes.
[3] Al tiempo que termino esta reseña se presenta en México el último libro de Santos en español: Democracia y transformación social (Ciudad de México, Siglo XXI editores – Bogotá, Siglo del Hombre Editores 2017). El libro comparte el planteamiento de La difícil democracia, es decir, se trata de una consideración de la democracia (una “con nombres y apellidos”) a partir de la revolución y transición portuguesa. A diferencia de la edición de Akal, la de Siglo XXI obvia la crisis más reciente (más Europea, si acaso) y la intervención de la Troika, así como la entrevista sobre la democracia revolucionaria -realizada por Antoni Aguiló- del capítulo 10. No tienen lugar las catorce cartas a la izquierda como en la edición que aquí hemos reseñado, aunque sí el artículo sobre Cuba y una serie de comentarios de fondo sobre algunos aspectos de la “renovada vitalidad” socialista y democrática que a principios de este siglo emergió en América Latina. De hecho, los argumentos finales de las cartas se incluyen en un capítulo sobre “la difícil contracorriente” de las izquierdas latinoamericanas en este período, a la luz de la sociología de las emergencias y de las ausencias, célebre contribución del profesor Boaventura de Sousa. Finalmente, el post scriptum sobre la incertidumbre aparece en esta edición como introducción, y toma su lugar un grupo de reflexiones sobre la democracia y su relación con el proceso de paz en Colombia. Los cambios de la edición de Siglo XXI y Siglo del Hombre -como los de Akal respecto de la edición en portugués (A difícil democracia: reinventar as esquerdas, São Paulo: Boitempo Editorial 2016)-, ajustan la propuesta crítica del autor al aspecto de la realidad que unos y otros lectores experimentan.